La muerte mágica de R. del Valle
El mar sale de la cabeza de los que mueren cuando ya no lo saben.
Algún día dejan viajar los huesos. Les entregan la noche en un saco
Les abren la jaula del cuerpo. Las olas se desprenden de la luz paterna
En el último acto del corazón solitario.
En el fin del torbellino con que la carne cuidaba de la vida.
Cuando ya no lo saben
Cuando el hueco es un nudo y las hierbas cierran la boca
Tal vez el mundo es un tallo todavía
Un tallo para que desciendan los sueños
Así toda forma encuentra la semejanza sin fin
El color para desprenderse de la máscara aterrorizada de no resplandecer
Oh cuerpo tanto tiempo
Repetido en el mágico abismo de las cosas
¿cómo dejar de saber que se está temblando
que se es la estatua derrumbada en el tunel?
¿como preguntar: mi boca alumbra todavía?
Luz salobre del tiempo. ruidoso viaje
en carruajes amarillos. por ciudades
con altos relojes solos entre personas cuyo nombre
se ha olvidado y que pasan todavía
con las mismas preguntas en los ojos.
¿Aún piden una verdad para vivir?
Solo se sabe que miran.
La tempestad no anunciada, el viento no nacido,
¿Qué decir? ¿Qué obsequio extraer ya de la lengua?
¿Qué herida hacer? Es tarde ya. Hay otros conflictos.
Hay un mar por venir. No se verá
Ni verán como se pierde el día de pronto
Como hay que olvidar, como hay que borrar
Las cosas por tanto tiempo con un nombre.
Por tanto tiempo conocidas, amadas, soportadas.
Fijas siempre como el ojo de la tierra.
Seguras de saberse observadas. Sin saber
que el olvido es una puerta que nadie cierra.
Porque el mar sale de las cabezas de los que mueren
Un día, tal vez en tierra extranjera, y con lo que brilla
de la tierra lejana. Como el trueno que se vio crecer
en un tiempo. La vida que es entonces un bosque
de vidrio en el viaje profundo
En un lento salir por formar el mar
El mar que se levanta del cuerpo.
Del cuerpo de aquel que juntó las arenas
Con sueños, con furias, con palabras.
Cuando ya no lo sabe. Cuando los huesos
Despiertan y se desprenden con el ruido
De las tijeras de la muerte.
Rosamel del Valle
Algún día dejan viajar los huesos. Les entregan la noche en un saco
Les abren la jaula del cuerpo. Las olas se desprenden de la luz paterna
En el último acto del corazón solitario.
En el fin del torbellino con que la carne cuidaba de la vida.
Cuando ya no lo saben
Cuando el hueco es un nudo y las hierbas cierran la boca
Tal vez el mundo es un tallo todavía
Un tallo para que desciendan los sueños
Así toda forma encuentra la semejanza sin fin
El color para desprenderse de la máscara aterrorizada de no resplandecer
Oh cuerpo tanto tiempo
Repetido en el mágico abismo de las cosas
¿cómo dejar de saber que se está temblando
que se es la estatua derrumbada en el tunel?
¿como preguntar: mi boca alumbra todavía?
Luz salobre del tiempo. ruidoso viaje
en carruajes amarillos. por ciudades
con altos relojes solos entre personas cuyo nombre
se ha olvidado y que pasan todavía
con las mismas preguntas en los ojos.
¿Aún piden una verdad para vivir?
Solo se sabe que miran.
La tempestad no anunciada, el viento no nacido,
¿Qué decir? ¿Qué obsequio extraer ya de la lengua?
¿Qué herida hacer? Es tarde ya. Hay otros conflictos.
Hay un mar por venir. No se verá
Ni verán como se pierde el día de pronto
Como hay que olvidar, como hay que borrar
Las cosas por tanto tiempo con un nombre.
Por tanto tiempo conocidas, amadas, soportadas.
Fijas siempre como el ojo de la tierra.
Seguras de saberse observadas. Sin saber
que el olvido es una puerta que nadie cierra.
Porque el mar sale de las cabezas de los que mueren
Un día, tal vez en tierra extranjera, y con lo que brilla
de la tierra lejana. Como el trueno que se vio crecer
en un tiempo. La vida que es entonces un bosque
de vidrio en el viaje profundo
En un lento salir por formar el mar
El mar que se levanta del cuerpo.
Del cuerpo de aquel que juntó las arenas
Con sueños, con furias, con palabras.
Cuando ya no lo sabe. Cuando los huesos
Despiertan y se desprenden con el ruido
De las tijeras de la muerte.
Rosamel del Valle
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